Thursday, September 21, 2006

Durmiente

¿Que deseas?
    Solo dormir
¿Y soñar?
    ¡No, solo dormir!
¿Para luego despertar?
    Solo dormir y no sentir, no pensar, no existir.
No deseo pararme con el pie izquierdo o con el derecho
No deseo ver un amanecer hermoso o uno espantoso
No deseo verme en el espejo
No deseo pensar en si estoy feliz o estoy triste
No deseo que me preguntes como estoy, ni mucho menos responderte
Solo deseo dormir y no existir

Ojos de febrero

Una tarde de febrero en una plaza, ese día vi esos ojos.
Unos dulces ojos cafés que miraban inquiriendo que clase de extraño ser es este: un muerto en vida que no se detiene, porque detenerse, seria reconocer que ya esta muerto.
Pero también esos dulces ojos me invitaban a esa experiencia que se llama vida.

Sentí un escalofrió, porque esos ojos que era la primera vez que veía, ya los conocía.
Esos ojos siempre soñados, pero nunca vistos.
Esos dulces ojos, tan llenos de vida que brillan.
Pero también sentí ese escalofrió, porque ya me sabia condenado.
Porque por esos ojos, conocería cuan grandioso es estar vivo, pero conocería también lo agónico que puede serlo.

Estoy condenado.
Esos ojos que no puedo sacar ni de la memoria ni del alma, aunque a la vez me protegen, me mortifican.
Esos dulces ojos que vi por primera vez, una tarde de febrero en una plaza.

Monday, September 04, 2006

Sebastián

Sebastián era el mayor de cuatro hermanos. Tendría entre doce y trece años. Compartía con el hermano que le seguía una litera verde oliva, la cual estaba en un cuarto con una gran ventana que daba al este. Sebastián dormía abajo y su hermano, arriba (privilegio de ser el mayor). Por aquella época, su tío se había mudado con su familia. Lo habían acomodado en el mismo cuarto de Sebastián, en una cama justo al lado de la litera verde oliva. A Sebastián le daba la impresión de que debía esta muy enfermo; ya en una ocasión el y su madre tuvieron que socorrerlo una vez que se había desvanecido.

Sebastián siempre había sido un niño de despertar lento y difícil. Aquella mañana cuando Sebastián abrió sus ojos, observo a su tío en su cama, con la sabana cubriéndolo de la cintura para abajo, dejando su torso desnudo. Su piel estaba tan pegada a sus costillas que estas se podían ver claramente. Su abdomen estaba tan contraído que parecía que lo hubiesen vaciado de toda entraña. Era tan particular el color de su piel. Parecido al color que toma una vela ligeramente envejecida. Su boca estaba enormemente abierta, como en un bostezo grotesco. Debió haber muerto asfixiado mientras dormía. Contra  todo lo que se le había dicho, no encontraba que un muerto fuese algo tan aterrador y terrible. Sebastián estuvo quieto en su cama observándolo un rato más. Era su primer acercamiento real a la muerte y no la encontraba tan alarmante. Pero aún tenía sueño, así que cerro sus ojos y se volvió a dormir. Cuando volvió a despertar, encontró que su hermano más pequeño, diez años menor que el, estaba jugando caballito sobre el estomago de su tío. Sebastián se paro y mientras se dirigía a la puerta le dijo a su hermano:

    ― Deja de saltar sobre el tío, que ya esta muerto

Se dirigió por el corredor hacia el baño, como todas las mañanas. Se cepillo los dientes, se lavo la cara para despabilarse, se quedo un rato parado frente al espejo. Después de salir del baño, mientras iba a la cocina, vio frente a la puerta de su cuarto a su madre llorando. Se metió en la nevera a buscar jugo o algo así. ¿Su madre llorando? Toda la familia debía saber ya de la muerte de su tío.

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Ya me acerco a los treinta y tres. Ahora recordando la mañana en que murió mi tío, se me viene a la memoria la expresión de su rostro, la expresión de todo su cuerpo. La desesperación que había en el. Como si con todas sus fuerzas intentase retener ese ultimo aliento. Ahora después de todo este tiempo, me encuentro llorando por primera vez por un hombre cuya muerte nunca me importo. Entiendo que lo trágico de la muerte es que en ese instante es cuando más deseamos vivir.

 


Agosto 29, 2006

Friday, September 01, 2006

Las Torres

Al fin. Tras tanto caminar por este yermo frió y muerto, veo algo. He caminado solo, desde que surgí de la nada.


Ahí están las torres, negras y cerradas. No veo ventanas ni claraboyas, solo una puerta en cada torre. Oigo risas y rumores, llantos y gritos. Grito hasta encender mis pulmones en sangre. Los rumores continúan. A veces parece que me observan, me palpan, me sienten. Pero no es así, es solo un autoengaño. El frió de las gotas de lluvia cala hasta los huesos y los rumores solo recuerdan como el frió, mi frió me carcome.


Día tras día, busco una puerta que me reciba, la torre a la que pertenezco. El frió calcina la sangre. Me acurruco al pie de las torres, dejo de ser, me fundo a la roca y por un segundo creo ya no sentir frió. Pero las torres me gritan, que yo no soy las torres.


La espera ha concluido. Yo no pertenezco aquí. Yo soy la noche y nosotros jamás entraremos en las torres. Más esto, ya no lo anhelo.


Yo, la noche, camino al desierto, vuelo en alas negras a la nada.

Inocencia

Ella es la inocencia en su forma más salvaje y desenfrenada.
Tan ajena a toda consecuencia,
Tan libre de toda carga,
Tan cruel sin siquiera percatarse.
No se si es real o así deseo verla?
Esa vitalidad que no le importa consumirse
Porque lo único que desea es vivir.
Su indiferencia te lastima y aun así no dejas de amarla
Porque ese brillo te da esperanza.
Y yo, su negación,
Debo solo contemplarla brillar, para así no apagarla.