Al fin. Tras tanto caminar por este yermo frió y muerto, veo algo. He caminado solo, desde que surgí de la nada.
Ahí están las torres, negras y cerradas. No veo ventanas ni claraboyas, solo una puerta en cada torre. Oigo risas y rumores, llantos y gritos. Grito hasta encender mis pulmones en sangre. Los rumores continúan. A veces parece que me observan, me palpan, me sienten. Pero no es así, es solo un autoengaño. El frió de las gotas de lluvia cala hasta los huesos y los rumores solo recuerdan como el frió, mi frió me carcome.
Día tras día, busco una puerta que me reciba, la torre a la que pertenezco. El frió calcina la sangre. Me acurruco al pie de las torres, dejo de ser, me fundo a la roca y por un segundo creo ya no sentir frió. Pero las torres me gritan, que yo no soy las torres.
La espera ha concluido. Yo no pertenezco aquí. Yo soy la noche y nosotros jamás entraremos en las torres. Más esto, ya no lo anhelo.
Yo, la noche, camino al desierto, vuelo en alas negras a la nada.
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