Y al principio el trazo el orden de todas las cosas, todo lo que debía ser hermoso y lo que debía ser terrible. Pero uno de sus ángeles, el más hermoso de todos, el más semejante a el, cuestiono el orden ya trazado. Así, al dudar, la incertidumbre entro a la creación y ya nada podría sacarla. Enfurecido, el arrojo al ángel hermoso a su creación, al mundo.
En el ultimo día, a partir del barro, el creo al hombre y la mujer, tan inocentes, tan ignorantes. Eran los días en que los hombres no preguntaban su futuro, ni mucho menos le inquietaba el paso del tiempo, pues aun no sabían que un día habrían de morir.
En aquellos días, el ángel caído, en medio de su peregrinar eterno, se percato de estos hombres que no miran al horizonte. Se sentó en la cima de una montaña a contemplarlos. Nacían, tenían hijos y morían... Eso era todo, sin contemplar la maravilla que sucedía a su alrededor ni la maravilla que eran ellos mismos.
Tras mucho tiempo sentado en su montaña-santuario, entrevió una posibilidad que podría hacer más tolerable su destierro. Y quizás pudiese volver a caminar entre iguales. Así bajo al valle donde habitan los hombres que no miran al horizonte. Estos permanecían ocupados en su pacifica rutina, mientras el ángel los observaba desde los bosques cercanos. Cazaban las bestias del bosque, recogían los frutos de la tierra, amasaban el barro, nadaban en el río y se sentaban en las rocas a sentir como el sol calentaba sus miembros. en la noche se sentaban frente al fuego a hablar de sus días. Así transcurrieron los días, tan inocentes, tan ignorantes.
¿Cuantas estaciones el ángel los ha contemplado? Solo el bosque lo sabe. Más la espera esta pronta a concluir. El sol se oculta en el horizonte y el cielo se hace sangre. El ocaso ha sorprendido a una joven buscando raíces. Sola en el bosque, se percata del ángel caído. En un principio quiso correr pero pudo más la fascinación por ese ser hermoso que nunca había visto y por esos ojos tan tristes pero que también soñaban con grandes cosas. El ángel caído también contemplo a esa niña de mirada curiosa. Ante la penetrante fascinación en esa mirada, entendió que no se había equivocado y sonrió. tomo una espina y abrió con ella una vena. La sangre fluyo y se acumulo en una gran gota roja pendiendo de su dedo índice. Esta roja fruta la ofreció a la joven y se desvaneció cual sueño.
Regreso corriendo a su aldea. ya sentada frente al fuego relato a los demás sobre tan extraño encuentro. Cerrando su relato, les mostró el obsequio del ángel. Todos estaban fascinados con esa fruta roja, tan perfecta y brillante. Le fue entregada al más anciano de todos. Este la inspecciono detenidamente y la considera buena y así la repartió entre todos. Y sintiendo como su sabor único se derramaba en sus bocas, entendieron las palabras que susurra el fuego, las palabras escritas en las estrellas, las palabras que se esconden en el canto de los pájaros, las palabras que brama el viento y hablaron con la voz del viento. Cantaron con deleite, y las aguas cantaron con ellos, los bosques cantaron con ellos, las montañas cantaron con ellos, la creación entera canto con ellos, porque en su canto era recitada la escritura de Dios oculta en la creación.
Cuando abres las puertas del cielo también abres las puertas del infierno, porque al lado del éxtasis camina el vértigo.
Han sentido al universo en toda su plenitud y ante su inmensidad ven lo ínfimos que son.
Han visto la trama del destino comprendiendo que solo son hojas arrastradas por el rió.
Han oído la canción del tiempo que los lleva inexorablemente a su muerte.
El vértigo los abruma y el éxtasis se vuelve pavor. Aterrados cierran sus ojos. Ya no desean ver más. Postrándose de rodillas, elevan sus manos al cielo e imploran:
"Señor, perdona nuestra falta y devuélvenos tu gracia.
Termina esta angustia y devuélvenos la inocencia que perdimos.
Porque no hemos de ser tentados nuevamente por el Diablo"
El ángel caído miraba desolado esta escena. ¿Tanto se había equivocado? Les hizo conocer la felicidad, pero también les obsequio la angustia. Les dio libertad y ahora el peso de sus elecciones los atormenta. Les mostró el duro camino al rostro de Dios, aun al costo de su inocencia. Y por todo ello le odiaron. Así abandono el valle de los hombres que deambulan con los ojos cerrados y se retiro a su montaña-santuario. Allí sentado, comprendió algo que les dio esperanza.
Los hombres habían probado su sangre y así comprendieron la escritura de Dios oculta en la creación. Para algunos su llamado gritaría más fuerte que su temor.
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