Cada elección niega una infinidad de ellas y abre una infinidad más.
Monstruosas cadenas causales que como telarañas ominosas nos abruman y nos aturden.
Entretejidos ahí, nuestras vidas, nuestra historia, nuestro destino...
Estos hilos danzando al unisono y en total discordancia, somos corrientes fundiéndose, separándose, colisionando... tempestad.
Una tormenta más grande que nosotros mismos.
¿Como enfrentarla?
Muchos se dejan llevar mansamente como hojas en la corriente y así dicen ser felices mientras ruegan que la tormenta los trate con indulgencia.
Otros se lanzan enfurecidos contra la tormenta, cerrando sus ojos a ella, mirando solo a sus esperanzas y esta los destroza por su insensata ceguera.
Otros como yo, nos lanzamos contra ella sin cerrar los ojos a esta
Cada corriente, cada remolino, cada cadena de eventos, cada elección...
Navegante, eso soy.
Cada elección niega una infinidad de ellas y abre una infinidad más.
Amarga lucidez.
Porque no retrocedo.
Porque no me dejo llevar y descanso.
Aun tan cansado, sigo adelante.
Aun tan cansado, pongo a pruebas mis limites y descubro que aun puedo empujar un poco más.
Ahí, en esa absurda frontera a la demencia esta el ojo de la tormenta.
A ese sitio me dirijo.
Al ojo de la tormenta.
Ahí donde ya nada es trivial, todo es trascendental.
Ahí donde solo la mas brutal verdad puede ser oída.
Ahí donde ya no interesan tus esperanzas ni tus miedos.
Ahí, en el ojo de la tormenta, eres la tormenta misma.
Cuantos podrían entender este insano éxtasis.
Cuantos podrían tocar este fuego sagrado sin huir despavoridos a la inconsciencia.
Cuantos correrían hacia allí, a sabiendas, que es desgarrada su humanidad entera.
Porque aquí ya nada es pastoso ni difuso.
Todo se ha vuelto un armazón de acero supertensado.
Tocas un hilo y percibes como la resonancia se expande como una marejada.
Cada acción desencadena una infinidad de nuevos eventos.
Cada elección niega una infinidad de ellas y abre una infinidad más.
Navegante, eso soy
la tormenta misma
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